Otra buena jornada de pesca en San Cibrao (17-07-2016)

Aprovechando los ratos que Galicia nos permite un tiempo decente en verano, un domingo más, el Capitán Agulla y yo nos decidimos a ir de pesca. Como en San Cibrao nos había ido muy bien la última vez, quisimos repetir. De esta forma, podíamos confirmar si realmente el sitio que habíamos encontrado era un buen sitio de pesca. Lo del tiempo decente en Galicia en realidad es un decir, porque ese día tuvimos que estrenar los trajes de agua, ya que lloviznaba a ratos.

Ese domingo, la cosa no pintaba muy bien, porque salíamos desde Foz y estaba lloviznando todo el tiempo. Además de eso, el día anterior, no habíamos preparado nada. Ni para comer algo siquiera. Lo único que habíamos hecho, era comprar un kilo de sardinas. En efecto, un miserable kilo de sardinas que íbamos a utilizar como engodo para “atraer” a los peces. Durante ese día ocurrieron muchas cosas interesantes de contar, así que lo mejor será resumirlo en varios capítulos.

Los preparativos

Aquella mañana, no nos levantamos temprano porque la marea coincidía con pleamar a mediodía y no era necesario pegarse un madrugón. Debido a esto, durante el desayuno nos juntamos en la mesa casi todos los que estábamos en el piso de «la Madrina» en Foz. Y esto mismo provocó el asco de muchos de los allí presentes. ¿El motivo? El tufo de las sardinas…

Mucho hemos leído tanto el Capitán Agulla como yo sobre engodos y el uso de la sardina para engodar. Lo que leemos por Internet es muy bonito, pero llevarlo a la práctica sin las herramientas adecuadas no es fácil. Lo de triturar las sardinas cuando solo tienes a mano una batidora de mano, lo único que puede causar es un incendio. Digo un incendio por la temperatura que alcanzó la batidora tratando de espachurrar las sardinas allí en la cocina. La pobre batidora quemaba en las manos. Aunque bueno, pensándolo bien, con las manos callosas del Capitán Agulla, no creo que notase el calor. Después de cortar, triturar y generar un pestazo a sardina en la cocina enorme, conseguimos un “tupper” lleno de mejunje para engodar.

Como os podéis imaginar, el resto de la familia que desayunaba mientras batíamos sardinas, lo más bonito que nos llamaban era “asquerosos”. Estaban deseando que nos fuésemos de allí con ese apestoso “tupper” de sardinas.

El camino

Bajamos de casa, y después de oír un crujido como de una silla desencolada (un pedete del Capitán Agulla), nos metimos en el coche dirección a San Cibrao. Por suerte el “perfume” del crujido no llegó a mi nariz, de lo contrario hubiera tenido que tomar represalias o bien replicar con algún otro.

Como no habíamos preparado nada, paramos en un Gadis a coger algunas cosas. Casi perdemos media mañana allí, esperando a que las ancianas y lentas cajeras del supermercado nos cobrasen. Después del Gadis, el Capitán Agulla quería comprar un paquete de cigarros, pero en la gasolinera no lo había. Por tanto, tocaba buscar algún bar de camino para comprarlo. Al entrar en San Cibrao no encontrábamos ningún bar de camino al faro, así que tuvimos que parar al final del todo. Pasamos el puente de las dos playas, el Capitán Agulla aparcó el coche y fue a un bar que había allí. Yo me bajé también e hice alguna foto de la playa como esta. La cosa estaba algo nublada:

Mientras tanto, vi que una gaviota que andaba por allí, empezó a dar vueltas alrededor del coche. Mi teoría es que el olor a sardinas que llevábamos también lo olió la gaviota y por eso merodeaba. Supongo que el olor debía ser fuerte porque hasta que no nos montamos en el coche no se fue de allí. En esos minutos que estuve esperando, encontré una señal que no nos permitía pisar la playa a ninguno de nosotros.

Algo que fue curioso es que todo el camino desde Foz hasta San Cibrao estaba lloviznando. Sin embargo, en cuanto llegamos a San Cibrao, paró de repente. Parece que el día estaba preparado para nosotros y la verdad es que no iba muy desencaminado el tema.

La llegada

El comienzo de la jornada de pesca no iba a ser el mejor. El primer pequeño percance fue cuando aún no nos habíamos bajado del coche y tuvimos esta breve conversación.

– Capitán Caballa: Hoy voy a llevar la silla para estar más cómodo allí

– Capitán Agulla, mientras sonreía: ¿Qué silla? Hoy no traje las sillitas…

– Capitán Caballa: ¡Buenooooo! ¿Siempre traemos las sillitas y hoy no las traes?

– Capitán Agulla, en gallego profundo: ¡E logo qué queres! Como aquí non as usábamos, pues non as trouxen…

En resumen, ese día tendríamos que tirar de asiento de piedra nuevamente para posar nuestros culos. Así que cogimos nuestras cosas (excepto las sillitas por causas obvias) y empezamos a bajar por las piedras.

La jornada de pesca

Cuando empezamos a bajar, lamentablemente empezamos a ver punteros de otras cañas y ocurrió lo peor que nos podíamos temer: había otros pescadores que nos habían «quitado» el sitio. Había dos chavales en unas piedras más altas que las nuestras y otro hombre que estaba cerca del sitio donde nosotros nos ponemos a pescar. Después de quedarnos como 2 minutos allí atontados en plan “¿qué narices hacemos ahora?”, decidí ir para nuestro sitio. Le pregunté al hombre si no le importaba que pasásemos a unas piedras que estaban a su izquierda y nos dijo que no había problema. Lo malo de este plan es que nos pusimos entre los dos chavales y el hombre, con lo cual esto incrementaba las posibilidades de enredos.

Ellos estaban pescando a fondo, así que el espacio que dejaban para nuestras boyas era limitado. Solo pescaban tristes maragotas pequeñitas que no valían nada. Ni daban la talla, ni merecían la pena. Así que llegamos nosotros para enseñarles a pescar como dios manda (que para eso somos Los Calaboca XD).

A los 5 minutos de empezar a pescar, y prácticamente sin querer, recojo la boya y engancho algo. Parecía que no tiraba, pero al recoger, el sedal se movía por el agua de un lado a otro. Por fin pude verle la cara a lo que venía enganchado. En ese momento empezó a tirar a lo loco y yo con el típico pensamiento de “no se puede escapar” me puse a pelear con él. Estaba usando una caña pequeña y blanda, así que para poder subir aquel bicho lo traje hasta las piedras y empecé a recoger. Cuando ya estaba en el aire, la caña y el carrete no daban más, así que tuve que llamar a la caballería que tenía a mi lado: ¡Capitán Agulla ayudameeeeeee!. El Capitán Agulla pudo agarrar el sedal y terminar de subir aquel pez que resultó ser una lisa (por aquí también le llaman muil). Probablemente, andaba cerca de 1 kilo, si no pesaba algo más, pero no tenía con qué pesarlo.

Después, y como era de esperar, empezamos con los enredos con los otros chavales. El Capitán Agulla se enredó 2 veces y yo una también. Eso desespera a cualquiera, porque se hacen unos líos en los sedales de la leche. Nosotros teníamos culpa porque nos pusimos allí en medio, pero ellos también tenían la suya. Cruzaban tanto los lances que nos limitaban aún más el espacio. Menos mal que al cabo de un par de horas o así, se marcharon, supongo que aburridos. Lo bueno de eso, es que las lombrices que tenían nos las dieron, y nos vinieron genial. Sus lombrices eran pequeñas y había que poner 3 o 4 juntas para hacer como una de las nuestras:

En cualquier caso, gastamos todo el cebo que llevábamos y el suyo también.

En el resto de la jornada, pudimos pescar bastantes jureles y un par de caballas. Estas últimas seguramente vinieron al olor de las sardinas que echábamos en el agua, pero bienvenidas eran. Además eran de buena talla y éstas sí que tiraban y doblaban los punteros de las cañas. Cogimos una cada uno y pudimos disfrutar de la pelea.

Durante el día solo lloviznó un poco durante unos minutos, así que estrenamos los trajes de agua (más bien ponchos) que había comprado yo en el Decathlon días antes. Aquí está el modelo posando para la cámara con su traje:

Casi no mereció la pena abrirlos. Ese poquito de agua que cayó, para lo único que sirvió fue para que yo aprendiese a bailar break-dance. El problema es que estábamos entre rocas y no en una tarima de una discoteca. El agua humedeció las rocas y aunque os lo cuento a cámara lenta, el baile no duró más de 2 segundos:

Fui a poner una lombriz en el anzuelo y de repente, apoyé el pie izquierdo en el suelo y resbaló. Para ganar de nuevo el equilibrio fui a apoyar el pie derecho pero resbaló también. Mientras resbalaba el pie derecho, me dio tiempo a volver a poner el izquierdo en el suelo, el cual, volvió a resbalar. Lo siguiente fue caer de lado contra las rocas y dar un golpe en una mano que tuvo que sostener todo mi peso encima de ella (que no es poco) y poder ponerme derecho gracias a haberme “apoyado” en la roca con la mano. Durante esos tres resbalones, los brazos para tratar de ganar equilibrio, acompañaban el baile a lo “break-dance”, lo cual lo hacía más llamativo aún. Ouhh yeah!

El tortazo pudo ser, pero no fue gracias a ese baile al que titulé “¡Uuuyyy!”. Lo malo fue que el golpe contra la mano, me estuvo doliendo más de una semana. Ah, y también, que no sé donde fue a parar la lombriz con tanto aleteo.

Quitando ese pequeño detalle discotequero, el día de pesca se dio muy bien y aquí se puede ver una foto de la pescata que hicimos. Esta vez nos curramos la foto para que se vea bien lo que pescamos:

Lo pasamos muy bien ese día, como siempre que vamos de pesca, pero si encima se pesca bastante, pues mucho mejor.

Conclusiones de la pesca

Las conclusiones que podemos sacar son que hay que madrugar para que no hayan ocupado el sitio que ibas a buscar y que esta nueva puesta que frecuentamos ahora es buen sitio de pesca.

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