
En esta jornada de pesca, creo que ninguno de los dos pensábamos que fuésemos a tener un día entretenido. No encontramos sargos, eso es verdad, pero encontramos bogas con las que nos divertimos igual. Las condiciones de pesca eran las ideales para el sargo, pero esta vez tampoco se asomaron.
La noche anterior estuvimos un rato por el puerto en las fiestas de Foz. Estuvimos por el mercadillo, vimos las atracciones, montamos a mi hija en alguna de ellas, después ella se meó encima del Capitán Agulla, etc. La pobre está empezando con lo de quitarle el pañal y cuando iba montada en el cochecito de la atracción, pues no le dio tiempo a decir que quería pis… y le tocó al Capitán Agulla esta vez. La noche estaba espectacular para irse de pesca, pero quedaba poco tiempo para la pleamar y no merecía la pena. Decidimos ir mejor al día siguiente desde que empezase a subir la marea.
Para San Cibrao
Dicho y hecho, al día siguiente, sobre las 10 y pico de la mañana, nos levantamos, desayunamos y salimos pitando. Primero pasamos por Burela a coger algo de cebo. Después, como no tuvimos en cuenta lo de llevar algo para beber, fuimos a una tienda de chucherías que había allí cerca y pillamos bebida, pipas y algunas chuminadas más. Salimos de Burela y nos dirigimos a nuestro objetivo que esta vez estaba claro: San Cibrao.
Fuimos bordeando la costa mirando posibles pesqueros para ponernos, pero en la cabeza llevábamos el faro. Al final, como ningún sitio nos convencía, llegamos al faro y echamos una ojeada a la zona donde ya estuvimos hace dos años con mi hermana (una posible Calaboca, si es que se atreve a venir más con nosotros de pesca). El mar en Foz estaba muy calmado, sin embargo en San Cibrao la cosa cambiaba. Estaba algo más bravo, pero tampoco demasiado. Tras ese vistazo nos decidimos y aparcamos cerca del faro para coger las cosas y empezar a bajar rocas. Aquí tenéis algunas imágenes de la zona:
Encontramos un sitio muy bien situado. Una altura bastante decente, de forma que ni el agua nos llegase cuando la marea terminase de subir, ni tampoco nos quedase muy lejos al sacar un pescado. La mar estaba movida y cada vez pegaba más fuerte. Condiciones espectaculares para el sargo: agua movida, pegando fuerte contra las piedras, poco viento, mucha espuma, pero tenemos que seguir aprendiendo. El ambiente era este:
Preparamos las cañas a fondo y como suele ser habitual cuando vamos a fondo, primer lance, primer premio: la primera maragota del día. Pero no queríamos maragotas queríamos sargos. Después de varios enganches y varios plomos y anzuelos perdidos, empecé a montar la boya, como había hecho ya el Capitán Agulla un rato antes. Al final, las condiciones para la pesca a fondo no eran buenas, porque debía haber mucho pedrusco que no veíamos en el fondo. Así que cada uno cogió una caña a boya y empezamos a pescar de verdad.
La maragota cabezona
Después de haber pescado alguna maragota más entre los dos, las cuales metimos en la bolsa, empecé a tener una dura discusión con una de ellas. Cada vez que lanzaba la boya, yo creo que pescaba la misma maragota. El tamaño era el mismo (muy pequeña) y el sitio también, así que era cabezuda y quería ir a la bolsa con las demás. Yo la devolvía al agua, pero a los 5 minutos ya la tenía en el anzuelo otra vez. El remedio fue el siguiente: tirar más allá de la espuma y esperar a que algún pez más grande se la quisiera comer… Aquí está la cabezona:
Seriedad
No pusimos serios y… el Capitán Agulla obtuvo premio primero y vaya premio. Enganchó una aguja que le dio bastante pelea para sacarla. Aunque pegó en varias rocas, consiguió subirla hasta nuestro sitio y cuando agarré el sedal para que no tuviese la caña en tensión, el sedal se partió, pero la aguja cayó en el suelo. Tras querer regatearme como si fuera Messi encima de la roca donde estábamos, conseguí hacer de Puyol y que la aguja no se cayese a las piedras de abajo. Si no, la hubiéramos perdido. El final fue feliz:
Es por esto, por lo que el Capitán Agulla, se apoda así. Tiene muy buena mano para las Agujas y por algún motivo, casi siempre le van a él.
Después de esa pelea, empezó el baile boguero. La boya del Capitán Agulla, se hundió y tras recoger y tirar, algo venía en el anzuelo. ¡¡Era una boga!! Era una buena pieza y aunque dan pelea, no le fue difícil subirlo hasta nosotros. El problema es que todavía no conocíamos muy bien los tipos de peces y lo que era una boga, a nosotros nos había parecido un jurel. En ese momento, yo dije: ¡Los jureles se mueven en bancos, así que vamos! Empezamos a tirar la boya siempre al punto que el Capitán Agulla denominó como punto G. Lo ideal hubiera sido el punto B, de boga… Y allí empezamos a sacar varias bogas más, de buena talla. Eran grandotas. Entre los dos sacamos varias y casi siempre picaban alrededor del mismo sitio. Ya le teníamos el punto pillado y manejábamos las boyas a la perfección. Nuestra bolsa de la pesca no paraba de agitarse, pero no era el viento, eran las bogas, que formaban mucho jaleo.
«Boya pallá, boya pacá»
No importaba lo lejos o cerca que lanzásemos la boya. Si la boya se iba para la izquierda, soltábamos sedal y se movía para la derecha. Si la boya se iba a la derecha, tensábamos sedal y la boya se iba para la izquierda. Por eso siempre conseguíamos llevar la boya al mismo sitio. La espera era emocionante porque no sabías cuando iba a desaparecer tu boya. Si te despistabas un segundo era probable perder la pieza o la lombriz en una picada. Había algunas veces que las boyas querían darse un besito de lo cerca que estaban, pero para que no se «liasen» utilizábamos nuestra depurada técnica del «boya pallá o boya pacá».
La aguja escurridiza y la boga huidiza
Durante la pesca de las bogas, yo tuve una picada de esas que la boya desaparece y no vuelve a aparecer, así que tensé sedal y tiré para enganchar el pez. Esta vez me temo que no se trataba de una boga. Cuando tensé, mi siguiente comentario fue, con una voz ronca: ¡¡¡Me caaaaaaago en la puta!!! Ahí me di cuenta de que, o traía una boga más grande, o lo que venía era algo diferente. Empecé a recoger sedal hasta que ya vimos que otra aguja venía retorciéndose. Seguí tirando hasta traerla a las piedras de debajo, pero entre que el agua hizo que la aguja chocase varias veces contra las rocas y que el carrete y la caña que tenía no eran los mejores preparados para un pez así, el sedal partió por el bajo y la aguja escapó tan feliz. Eso sí, con un piercing en la boca…
Hubo otra boga que también me escapó al chocar contra las rocas y se quedó metida en un hueco que había entre dos rocas. El Capitán Agulla se preparó para bajar por ella, pero llegó el agua justa de una ola a ese hueco para que la boga pudiese salirse y escapar también. La pérdida de la boga no me afectó nada, pero estuve toda la tarde lamentándome de la aguja que no pude levantar porque era del tamaño de la del Capitán Agulla. Fue una lástima porque habría sido la guinda de la pesca ese día. Ahora no vale lamentarse, lo que vale es volver allí y tratar de pescar mi primera aguja. La primera escapó por muy poco. Y si hay bogas… pues ahora conocemos lo que vale una boga (nada), así que habrá que cambiar de táctica para no pescarlas. Aun así, lo pasamos bastante bien.
Resumen de la jornada
Al final, nuestro botín fue de 4 maragotas, 8 bogas (todas de buen tamaño) y el pez aguja de unos 60 cm más o menos. La Abuela del Capitán Agulla esta vez estuvo conforme…
Ni nos echó la bronca por no traer nada, ni tampoco se quejó por traer demasiado. Lo único que le generaba malestar era que las tijeras casi no cortaban para poder limpiar los pescados. Su famoso cuchillo “Evaristo” no aparecía por ningún sitio. El resto de cuchillos que hay en la casa no valen nada. Así que anduvo peleando bastante para poder limpiarlos esa misma noche.
Esperamos volver lo antes posible para seguir explorando la zona.