
Esta temporada Los Calaboca no habíamos pisado Viveiro, lo cual es raro, ya que siempre que hemos ido hemos escapado relativamente bien. Hemos tirado mucho de Burela en el puerto, por comodidad y porque hemos ido con otros compañeros que preferían ir allí. De hecho, hasta hemos ido muy poco a las rocas y eso que somos propensos a ir a ellas.
Un jueves
Ya estamos en septiembre y decidimos ir de pesca un jueves. Cosa rara sí. Pero no es tan raro si decimos que el Capitán Agulla está de vacaciones estas dos semanas y que yo, aunque ya tengo a los niños en el cole, incluida la Grumete Machacona, termino a las 17:30 de trabajar, así que la tarde noche es muy aprovechable antes de entrar de verdad en la rutina de niños, cole, actividades extraescolares, deberes, exámenes, etc.
En resumen, que había ganas de pesca. Miramos el tiempo, luna, mareas y todo coincidía bastante bien. Poco aire y la marea subiendo toda la tarde, así que quedamos para el jueves por la tarde. Además, el tiempo en las aplicaciones daba nublado, pero no daba agua en ningún momento… ¡¡¡hasta que miramos la aplicación el jueves por la mañana!!! Que el tiempo sí que daba agua para la tarde. No era gran cosa, pero el tiempo había cambiado muchísimo de un día para otro. Tuvimos que cargar con el traje de aguas, porque parece que la cosa se podía poner fea.
El carrito
Como ya sabemos, el camino infernal consta de casi un kilómetro andando por todo el paseo hasta llegar a la punta donde nos ponemos a pescar. Un kilómetro no es tanto cuando vas libre caminando tranquilamente, pero cuando vas cargado con nevera, caja de la pesca, mochilas, sillas y las cañas… se hace bastante insufrible. Así que el Capitán Agulla, quiso preparar un carrito el día antes para poder poner todas las cosas en él y poder ir más cómodos hasta la punta sin que lleguemos con la lengua fuera.

Es el típico carrito de toda la vida que usaban nuestras madres y abuelas para ir a la compra. El Capitán Agulla quiere tunearlo un poco para que podamos llevar ahí las cosas, pero como está de vacaciones, no tenía material de la nave donde trabaja para prepararlo bien, así que de momento esto sigue siendo un proyecto, pero le acabaremos dando uso.
¡Salimos para Viveiro!
Antes de que llegase la hora, el Capitán Agulla me mandó una foto de en qué andaba liado. Durante la mañana se había puesto a cambiarle todos los filtros al coche de la CapitAna.

Parece que la cosa fue bien al final, como buen MacGyver que es, pero me estuvo contando que sudó sangre para hacer que arrancase el coche por culpa del filtro de gasoil. Se ve que no estaba por la labor.
A las 18:00 ya estaba en mi puerta para meter las cosas en su coche y salir pitando a aprovechar la tarde. No podíamos volver muy tarde que yo al día siguiente tenía que «madrugar» para trabajar. Ahora levantarse a las 9 se le llama madrugar…
El coche del Capitán Agulla tiene muchas cosas buenas, pero tiene una terrible, la cual le recuerdo siempre que vamos en él. No tiene una manilla para que el copiloto pueda agarrarse en las curvas. ¿A quién se le ocurrió diseñar un coche sin esa manilla para sujetarse?

En la foto se puede ver que no existe. Entonces, ¿dónde me agarro en las curvas? Pues la mayoría de veces abro la ventana y me agarro por fuera a lo que viene siendo la baca que lleva encima del techo. ¡¡¡A ver cuando le sueldas ahí una buena manilla!!!
Una vez ya en el camino, a ratos había algún claro y a ratos se ponía a lloviznar, así que no sabíamos a ciencia cierta lo que nos íbamos a encontrar en Viveiro. El Capitán Agulla era optimista, pero lo que veíamos por el camino no daba buena impresión:

Finalmente, al llegar a Viveiro, el tiempo no estaba nada mal. Estaba nublado, pero no hacía aire y tampoco hacía frío. Llevábamos camisetas térmicas puestas porque íbamos preparados más bien para la noche, pero había momentos en los que ya sobraban más de la cuenta.
Dimos una vuelta por Viveiro buscando alguna máquina expendedora para coger algunas lombrices, pero al final acabamos en una tienda de pesca donde me sangraron 3,5€ por cada caja. 7 euracos pagué por dos cajitas, pero ya sabemos donde no hay que volver a por ellas.
A caminar
Cuando tengamos el carrito lo agradeceremos, pero hoy tocaba caminar cargado. Menos mal que hemos reducido la caja de pesca y llevamos la nueva que compré. Además, también compré en los chinos hace poco una neverita más pequeña y mucho más cómoda de llevar.

Esta vez optamos por dejar las sillitas en el coche, pero tuvimos que ir cargados con el traje de aguas, botas y abrigos porque no sabíamos lo que iba a pasar en unas horas. La teoría era que llovería algo, así que más vale prevenir.
Nos pusimos en marcha hacia la punta, aunque alguna vez hubo que parar porque el Capitán Agulla ya llevaba el pantalón del traje de aguas arrastrando por el suelo, que se le había ido resbalando. De vez en cuando hay que parar y recomponerse, tomar aire y seguir andando.
En la punta había gente pescando, justamente en el sitio en el que queremos ponernos, es decir, para lanzar hacia el lado de la playa. Vista la situación, paramos unos 20 metros antes y nos pusimos en las piedras que hay antes de llegar a la punta.
Comienza la pesca
El Capitán Agulla mandó una caña a fondo y yo también y después se puso con la otra a pescar a boya. Mientras tanto yo me puse a preparar la otra caña a fondo porque estaba sin anzuelo de la jornada anterior. Yo había mandado la caña con una miñoca y le dije al Capitán Agulla que a ver cuál cantaba primero. No me dio tiempo a poner el anzuelo cuando la mía empezó a recibir picadas. Pero se notaban que eran los pequeños liquidando la lombriz.

La otra caña la mandé a fondo también, pero con sardina, a ver lo que pasaba. Había que probar de todo a ver como respondían los peces. Al cabo de un rato, la boya no había dado señales de pescados y las cañas de fondo, sí que recibían picadas, pero solo toquecitos. Lo suficiente para tenerte intranquilo y con los glúteos tensos por si pasaba algo. Las cañas estaban colocadas entre las rocas y una picada grande podía fastidiar la caña por la parte de abajo.
Al poco tiempo, empezaron a morder en la boya del Capitán Agulla y consiguió sacar un par de jureles, pero eran de buen tamaño. Estos no eran los jurelillos enanos que pescaban en Sada el otro día. Estos eran señores jureles como está mandao.
La cosa se puso negra
No hacía frío y la tarde estaba muy bien, pero de repente empezó a oscurecer y las nubes grises empezaron a convertirse en nubarrones negros. Le dije al Capitán Agulla que se preparase, que la cosa se estaba poniendo fea. Tan fea, que a los pocos minutos, empezó a llover. No era gran cantidad, pero sí esa agua que va mojando sin darte cuenta.
Rápidamente, los dos nos fuimos a las mochilas y sacamos nuestros trajes de agua. En menos de un minuto hicimos como los Power Rangers, ya estábamos cambiados y preparados para que lloviese todo lo que quisiera. Saqué una superbolsa de plástico y metí allí las mochilas para evitar que se mojasen. La gente que estaba en la punta, muchos de ellos en pantalón corto, empezó a recoger sus cosas y a irse de allí. Es lo que tiene no ir preparado. Muajaja!
La punta se quedó vacía, así que aprovechamos y nos cambiamos para allí. Es mucho más cómodo, porque estamos en llano, y además podemos apoyar las cañas en las barandillas, así que no había punto de comparación.
Hora de estrenarme
Pasaba el tiempo y yo seguía sin pescar nada, solamente tenía picadas y toques que no llegaban a nada, hasta que el mejillón hizo su función. Esta vez yo había llevado 4 o 5 mejillones para probar de cebo y en uno de los lances, hubo una picada de las grandes y esta vez sí que agarré algo. Al traerlo a la orilla, se trataba de un sargo. ¡Nuestro querido sargo! Era de buena talla, podría tener sobre medio kilo aproximadamente así a ojo. Con eso nada más, yo ya me daba por contento esa noche, pero obviamente lo seguí intentando. Así estaba nuestra nevera en ese momento:

Liberando congrios
Lo siguiente que pescamos fue algún congrio a fondo. Estos no faltan a la fiesta. Con la forma de la picada, ya sabemos de sobra lo que traemos enganchado, no hay dudas. El Capitán Agulla ha ideado un nuevo sistema para soltar los congrios. Es igual de eficaz que el anterior (que básicamente era cortar el sedal), pero la liberación es más rápida.
Con el sistema anterior, cogíamos el congrio, cortábamos el sedal y el anzuelo le quedaba dentro, porque cualquiera es el guapo que mete la mano ahí. Ponías anzuelo nuevo y listo. Sin embargo, ahora la nueva técnica es la del «congrio volador». Sacas el congrio del agua, lo levantas todo lo posible y le aplicas con la caña un latigazo contra las piedras. Adiós congrio y adiós anzuelo. A montar un bajo nuevo y andando.
En una de las picadas de congrio, al tirar, noté que enganché uno, pero este pesaba más de la cuenta. Se notaba que era más grandote. La sorpresa fue, que cuando levanté el congrio, venía clavado por un lado y de las vueltas que da cuando recoges para intentar soltarse, se había hecho un lazo a su alrededor y venía ahorcado:

Parecía que en vez de un anzuelo lo había cogido con un lazo como los vaqueros. Vaya liada formó con el sedal. A este tuvimos que clavarle el cuchillo y matarlo para poder desenredar todo y quitarle el anzuelo. Me dio un buen rato de trabajo para recuperar la normalidad y poder lanzar de nuevo esa caña.
Último premio
Pasaba la noche y el Capitán Agulla probó y probó a boya por todos lados, pero solo consiguió sacar una boga. Al igual que yo, que también cogí una con la boya. Son otras que no pueden faltar en las salidas de pesca. Entre tanto, un besugo se atrevió a mover mi caña y como no podía ser de otro modo, pude sacarlo sin problema. Son más pequeños, pero digno de cualquier pescadería:

Más tarde, otro golpe de suerte hizo que un sargo se comiese la sardina de mi anzuelo y pude traerlo hasta la neverita. Era más o menos como el otro, así que con ese botín yo estaba más que contento esa noche. Esta vez salí mejor parado que el Capitán Agulla. Realmente es un decir, porque llevamos dos buenas piezas cada uno, solo que siempre premiamos más un sargo que cualquier otro pescado distinto. Tenemos esa mentalidad, qué le vamos a hacer, pero en realidad ninguno nos podíamos quejar.
De vuelta para casa
A eso de las 2 de la mañana, cuando ya habían pasado unas 2 horas del cambio de marea, decidimos volvernos a casa porque la cosa no estaba demasiado movida y si volvemos muy tarde, como no podemos dormir mucho la mañana, estamos reventados. Agarramos nuestras cosas y empezamos a andar de nuevo todo el camino infernal hacia atrás. En la ida, se hace llevadero, pero a la vuelta parece que se hace eterno. Por fin llegamos al coche y caminito para casa.
No fue una de la mejores noches de pesca, pero saqué una conclusión muy valiosa y es que el mejillón vivo funciona como cebo, bastante bien además, y que es un cebo más selectivo, porque con él no tuve ningún problema con los congrios.