
Pues así es, después de ver montones de vídeos en YouTube, de empaparnos de información acerca de la vida del sargo y de gastarnos una pasta en un par de cañas decentes para la pesca de este animalito, por fin llegó el día en que salimos en su busca. Fue un domingo y nos fuimos a Foz a buscar algún sargo que nos diese una alegría.
Comienzo del día:
Esta vez fuimos algo más precavidos porque el Capitán Agulla el día antes había comprado algo de chorizo, salchichón y esas cosas para poder hacernos unos bocadillos durante el día. La sorpresa fue que las barras de pan que compró casi habían sido liquidadas ese mismo día, así que por los pelos no nos quedamos sin pan para la jornada pesquera. Como es costumbre, 10 minutos antes de que sonase la alarma del reloj, ya estábamos casi despiertos por la tensión/ilusión/ganas de salir a pescar de nuevo. Otros piensan que estamos locos, pero para nosotros ir de pesca es una de las cosas más emocionantes que podemos hacer… ¡Qué le vamos a hacer! Al sonar los despertadores, ya salimos como flechas de la cama y bajamos a la cocina a terminar los preparativos.
Con los ojos ya bien abiertos, cogimos todos los atuendos, desayunamos rápidamente y empezamos a meter las cañas y demás en el Freelander. Esta vez le “robamos” el coche a Félix porque íbamos a un sitio con un acceso un poco complicado para un coche normal. Eso sí, la próxima vez tendremos que echarle algo de gasolina al coche de nuestro bolsillo… Ya van dos salidas de pesca en las que casi lo dejamos seco y Félix se encuentra la «sorpresita» al día siguiente…
Una vez montados en el coche, me vino a la mente que siempre escuchamos el mismo CD de música cada vez que vamos de pesca, que además está todo rayado, así que fui a casa a por otro CD. Cogí el primero que encontré, pero la verdad, es que no sé cuál de los dos era peor…
La primera parada:
Paramos en el asador que hay antes de llegar a Foz. El Capitán Agulla dijo: ¡Vamos a tomar un café!, así que bajamos, nos acercamos al bar del asador y al empujar la puerta… ¡meeeec! La puerta no se abría… Es decir, que llegamos tan temprano, que el bar aún no había abierto… así que el Capitán Agulla se quedó sin el café mañanero y dimos la vuelta para el coche.
Siguiente destino:
Nos fuimos para Foz, concretamente a la «Punta da Camposa» Como es habitual, durante el trayecto vamos hablando payasadas o nuestras cosas del día a día y yo voy frotando cada poco las manos, para liberar la tensión y creyendo que vamos a pescar un sargo de 2 kilos… (Ilusillo de mí…).
El sueño:
Durante el camino, le estuve contando al Capitán Agulla un extraño sueño que tuve esa noche. Resulta que un tío fortachón, subía y bajaba por un andamio (en el que el Capitán Agulla y yo estábamos subidos) haciendo piruetas y tonterías mostrando su brutal fuerza hasta que finalmente cayó del andamio y ya no supimos más de él. Cosas raras que se sueñan…
Después aparecimos de nuevo los dos en una atracción de feria, pero exageradamente grande, en la que montamos y empezamos a subir y bajar al estilo “Ratón vacilón” pero a lo bestia. Cuando terminamos, nos bajamos en la plataforma donde se monta en la atracción. Allí aparece un niño ciego que iba a subir a la atracción, pisa un agujero que había en la plataforma que estaba a unos 100 metros de altura, y el pobrecillo cae al vacío. Obviamente, se pegó un tortazo enorme. Y de repente, ahí terminó mi sueño, o al menos lo que recuerdo de él. No busquéis sentido al sueño, yo tampoco se lo encontré.
El Camino de la Tortura:
Por fin llegamos a la nueva ubicación pesquera que descubrimos la anterior vez que fuimos de pesca, que más que pesca, fuimos de inspección a ver si encontrábamos algo decente. Este nos pareció buen sitio y decidimos volver directos allí el siguiente día de pesca. Así fue, aparcamos el Freelander y nos pusimos manos a la obra. Cargamos toda la artillería, que no es poca, tanta que parecemos unos cracks de la pesca, pero en realidad somos unos… bueno, unos «mataos». Qué le vamos a hacer, al menos lo intentamos.
A partir de aquí, empezamos a recorrer el “Camino de la Tortura”. Ya lo sufrimos en la ocasión anterior y es que está lleno de lo que en Galicia se denominan “toxos”. Vienen siendo unos arbustos llenos de pinchos duros, que se clavan como agujas allí donde te pillen. Esta vez no estuve fino porque llevaba puesto un pantalón de chándal que los pinchos traspasaban muy fácilmente… El problema del camino, es que esos “toxos” son tan altos como yo, que ya mido bastante (1,93cm) porque aquella zona está a monte.
Nuestra conversación durante esos 200 o 300 metros de camino la pongo a medias porque todos sabréis terminar cada frase. Era la siguiente: ¡Au! ¡¡Ay!! ¡¡Coño!!! ¡Ouchhh!! ¡Me cago en…! ¡Como pinchan! ¡Auuu! ¡Que me caigo!! ¿Pero cuánto falta? ¡Auchh! ¡Su pu.. madre!! El final de la conversación fue: “¡uff ya hemos llegado!”. Y por fin llegamos a las rocas donde íbamos a iniciar la pesca.
Resumen de la mañana:
El resumen de la jornada pesquera durante la mañana fue de 1 maragota cada uno de nosotros con las “supercañas”, (lo cual da un poco vergüenza), y ninguna aparición del sargo. Es probable que si hubiéramos hecho un engodo de sardina, al igual que hacen en los vídeos de YouTube (donde todos pescan super sargos), hubiéramos atraído a alguno. Lamentablemente, (y esto es raro porque tenía que ver con la pesca), el día antes, cuando iba a comprar las sardinas para el engodo, me encargaron comprar unas cosas a mayores y después tiré para casa sin acordarme de las sardinas hasta que llegó la noche del viernes. En Vian es imposible encontrar sardinas, así que fuimos a la aventura.
Estuvimos toda la mañana pescando a boya y peleando con los pequeñines, que lo único que hacían era comerse el cebo y tocar las narices, pero allí no apareció ningún sargo, ni con lombriz, ni con gamba, ni con jamón de pata negra me parece… Cada uno estuvimos probando por todas las rocas donde estábamos y esperando a que la marea empezase a subir, para ver si así aparecía algún sargo. En una de las picadas que tuvimos, yo enganché algo y noté el tintineo de la puntera de la caña, así que había clavado algo, pero de repente el hilo rompió y quedé sin nada. Solo me quedó la boya y el sedal cortado a ras de la boya. Bueno y la cara de tonto claro… Así que más trabajo, tenía que volver a montar todo el bajo de línea otra vez.
Hora del bocadillo:
Llegó la hora del bocadillo, así que echamos las cañas a fondo, por si mientras tanto caía algo, pero había muy poco movimiento. Y eso que según la tabla de mareas, la luna y toda la historia iba a ser un día de mucha actividad. El día que nos coja sin actividad, vamos a morir de asco. El sol empezaba a pegar fuerte, así que me puse en modo guiri total. Cogí una braga de estas del cuello y la atravesé encima de la cabeza para después poner encima el gorro y taparme así las orejas y gran parte de la cara. Una pena que no tengamos una foto de eso. Es cierto que perdía visibilidad lateral, pero daba igual, la boya estaba en el frente, así que no había problema.
Fiesta durante la tarde pero sin sargo
Por la tarde, sí que hubo más movimiento, tras largas horas esperando al sargo, empezó la fiesta, pero el sargo no debía estar invitado porque no apareció. Era a fondo donde había algo de movimiento. Ya que el sargo no aparecía, nos preparamos para pescar a fondo y al menos, no marcharnos de vacío, así que abrí mi super caña Caperlan del Decathlon.
Yo no he visto una caña que pesque más que esa. Bueno, sí, las de YouTube… La caña fue una baratija y el carrete ya casi necesita dos personas para darle vueltas a la manivela de lo duro que está, pero fue lanzarla y no me dio tiempo a darme la vuelta. Picaron y casi se cae al agua por la picada… En esa franja conseguimos sacar varias maragotas y varios pintos y ese fue nuestro botín. Picaban bastante… hasta que se nos acabaron las miñocas… las gambas… y nos quedamos sin cebo. Con lo cual se acabó el día de pesca.
No nos dimos por vencido:
Decidimos que el día no acabase ahí, así que nos pusimos a buscar cebo entre las rocas y así nos fue… El Capitán Agulla empezó a buscar cangrejos, primero con un cacho de chorizo atado a un sedal y después con la aguja de ensartar las lombrices y yo me puse a despegar lapas con la aguja a ver qué más encontraba. Mientras tanto, en el anzuelo até con licra un cacho de chorizo y lo tiré a fondo… Quién sabe, a lo mejor los pescados eran de buena boca… pero se ve que preferían caña de lomo, porque el chorizo no lo tocaron…
Era mejor darse por vencido:
El resumen de nuestra búsqueda de cebo no acabó muy bien, es mejor no volver a repetirla. En la búsqueda de los cangrejos, el Capitán Agulla se bajó a las rocas y las olas pegaban más fuerte que por la mañana. Así que iba con cuidado para no mojarse. Encontró un cangrejo enorme metido entre las piedras y empezó a hacerle cosquillas con la aguja de las lombrices. En ese momento, se oye una ola de venir y por no mojarse, se levantó tan rápido que no se dio cuenta de que había una piedra encima de su cabeza y cuando la levantó solo se escuchó ¡¡cloncc!! Le pegó tal cabezazo a la piedra que yo que estaba encima, noté el golpe en la piedra en la que estaba apoyado. Obviamente, empezó a cagarse en todo lo que había alrededor y a rascarse la cabeza. Ahí empezó la maldición del cangrejo gordo.
Después yo despegué alguna lapa de las piedras y las puse de cebo y las tiré a fondo, pero nada de nada. Se ve que las lapas no les gustaban. No me extraña, el bichito está duro como un cuerno. Me vi negro para poder clavar la lapa en el anzuelo. El Capitán Agulla siguió corriendo tras los cangrejos. Sí, sí, corriendo tras ellos, porque son muy rápidos. De hecho sacó uno pequeñín de entre dos piedras y empezó a correr, tanto que no pudo cogerlo. Es más, nunca vi un cangrejo saltar hasta ese día. Cuando llegó al filo de la piedra, el cangrejo se marcó un salto mortal hacia delante y saltó al agua del mar como un loco. Ahí terminó la persecución…
Después de un rato, vimos un cangrejo grandote entre dos piedras agarrado y el agua pegaba contra él y le dije: ¡¡coge ese!!, ¡¡coge ese!!, pero era demasiado grande como para usar de cebo y tenía unas buenas pinzas. Fui a ver el chorizo, a ver si se había agarrado algún cangrejo a él, pero cuando me doy la vuelta viene el Capitán Agulla con el cangrejo de antes, atravesado con la aguja de las lombrices por el medio y diciendo: “¿no querías el cangrejo, no lo querías?” El pobre cangrejo debió pasar a mejor vida cuando lo soltó de la aguja, pero bueno, serviría de alimento para los peces…
Por último, en nuestra búsqueda de cebo, el Capitán Agulla volvió a tentar al supercangrejo maldito. Hacía un rato que las olas no llegaban a donde estábamos porque estaba bajando la marea y para una vez que me dice, ¡ven a verlo, ven a verlo!, y me acerco… Viene una ola, contra las piedras de debajo de nosotros y… ¡alaaa! Nos puso perdidos a los dos. Yo salí peor parado, pero bueno, nos refrescó a los dos a base de bien. El cangrejo fue el gran triunfador de la tarde y eso que el pobre no hizo nada…
Retirada:
Al poco tiempo, empezamos a recoger los bártulos y volvimos a iniciar el temible “Camino de la Tortura” y cargados de chismes igual que llegamos. La misma conversación tan llena de quejidos que mantuvimos durante ese “caminito” por la mañana, la repetimos por la tarde. Por fin llegamos al Freelander cansados, cargados, agujereados, mojados y quemados del sol. No encontramos al sargo lamentablemente.
El Capitán Agulla pilló una buena quemada en los brazos y yo solo me quemé la nariz, que por desgracia quedó fuera de mi disfraz de guiri y las dos manos, porque no me quité la sudadera en todo el día. Solo me asomaban las manos. Pusimos nuestro cutre CD cañero y para casa. Durante el camino, el Capitán Agulla me enseñó el pedazo de chichón que llevaba en la cabeza por culpa del cabezazo que le arreó a la piedra cangrejera.
El examen final:
Una vez en casa, recibimos el típico recibimiento de «La Madrina» (abuela del Capitán Agulla), que siempre nos pregunta si hemos traído la cena (por los pescados), para saber si hemos pescado mucho o poco. Ocurrió lo de siempre, es decir, que el resultado no le vale. Si traemos mucho pescado se queja de que tiene que limpiar muchos pescados y si traemos pocos se queja porque somos unos inútiles y no traemos nada. En definitiva, que nos riñe siempre.
El día valió la pena, lo pasamos bien, aunque fuésemos torturados un poco. Uno con un chichón más que el otro. Ahora, a pensar en la siguiente salida de pesca, que… ¡Sabe dios cuando será! ¿Encontraremos al sargo?