
La semana anterior había tenido una buena salida de pesca, además de unas brecas de buen tamaño, salieron varios sargos que ya los firmábamos cada vez que vamos al mar. Ese fin de semana me había dejado con muy buen sabor de boca y tenía ganas de volver al mismo sitio a Viveiro a volver a probar suerte.
En esta ocasión, tampoco encontré acompañante. Por una cosa o por otra, los colegas estaban ocupados y no podían venir tampoco ese fin de semana. Así que me aventuré de nuevo, solo, a ver si la jornada se parecía a la anterior.
Preparativos
Visto que el mejillón funciona bien en aquella zona, volví a preparar una buena tanda, ya licrados, para que el cambio de cebo solo sea quitar y poner con la aguja. La verdad es que es supercómodo y apenas te manchas las manos. Aun así, un trapito nunca está de más.

De todo se va aprendiendo y este pesquero en Viveiro, está claro que acepta muy bien este cebo, además de la sardina. Es una zona con playa, pero con piedras a lo largo de todo el paseo, y al final siempre hay algo de mejillón pegado en ellas, así que es normal que el pescado huela el mejillón y se acerque a comer. No le es un cebo extraño por lo que se ve. A lo mejor, lanzando a la zona de la playa y con algo de cangrejo, se puede encontrar alguna dorada, pero bueno, ya iremos probando poco a poco.
Hora de la pesca
Tras el camino infernal, llegué a la punta de Viveiro a eso de las 8 de la tarde. Esta vez casi todo el camino en coche lo hice de noche ya. Me gusta más conducir de día, pero entre unas cosas y otras, me dio esa hora.
La cosa empezó muy tranquila. En esta ocasión tampoco había nadie pescando en la punta, así que me puse en la parte que me gusta que es pescando hacia la parte de la playa, para dejar el cebo bien colocadito en la arena. Además de mejillón, llevé 3 o 4 sardinas, para probar también, porque nunca se sabe.
Mandé una caña con cada cebo al agua y a esperar, a ver como estaba la cosa. No tardaron mucho en empezar a dar algunos toques, pero nada importante. Solo lo justo para tenerte pendiente por si pasaba algo. Al cabo de un rato, con la sardina, salió el primer congrio de la noche. Uno más de esos pequeños que no queremos ni en pintura. Lo único que consigues es tener que cortar y poner un anzuelo nuevo.
Poco después sí que tuve alguna picada más llamativa y si que pude pillar dos abadejos. La pena es que eran muy pequeñitos, así que me vi obligado a enviarlos de vuelta a casa. Como se puede ver en la foto, apenas ocupaba poco más que la palma de la mano:

Los dos eran igual, del mismo tamaño, así que de momento, aunque ya no me iba sin pescar, la cosa no pintaba muy bien.
Aquí estaban mis amigos
Las picadas eran muy escasas y la inmensa mayoría era con el mejillón. Empecé a utilizarlo en las dos cañas, a ver si había suerte y la hubo. Una buena picada, de esas emocionantes, me hizo trabajar y por fin traía uno de esos peces cuyo lomo empieza a brillar cuando se van acercando a la superficie. ¡Mi amigo el sargo!

No era tan grande como los de la jornada anterior, pero era un buen ejemplar, el cual, ya te alegra la noche y te anima a seguir pescando.
Poco después, otro congrio picó y esta vez al mejillón. Creía que me habría librado de ellos al no utilizar sardina, pero no, ahí estaban de nuevo, esta vez atacó al mejillón, pero en esta ocasión tuve suerte y no se lo había tragado, así que pude salvar el anzuelo y no tener que montar uno nuevo.
Y de repente, ¡otro sargo! De nuevo alegría y disfrute cuando ves su lomo brillar en el agua. La noche se iba poniendo interesante. Este era del mismo tamaño que el anterior, así que sería primo hermano.
Pero la noche se apagó…
Después de ese par de sargos, hubo un buen rato sin picadas, así que puse alguna otra sardina para probar suerte, hasta que de nuevo otros dos congrios picaron y me hicieron trabajar como siempre…
por cambiar un poco, lancé una caña hacia la parte de la ría y la dejé estar un rato, a ver qué pasaba. El sedal hacía movimientos raros, la marea estaba subiendo, así que el sedal se iba moviendo hacia dentro de la ría, pero no daba señales de picada. La dejé ahí más tiempo y entre tanto, en la otra caña, apareció ooootro congrio más. Ya casi había perdido la cuenta.
Al final, cuando decidí sacar la caña de la ría, resulta que pesaba más de lo que creía, pensé que serían algas de las que van subiendo con la marea, pero no, resultó ser un pequeño sargo y debía ser el que había estado jugando con el sedal todo el rato y ya estaba tan cansado que ni hacía fuerza para escapar. Solo tuve que acercarlo al borde y subirlo. No opuso resistencia, como diciendo: «¡recógeme ya, que estoy reventado!» Era más pequeño que los otros dos, pero daba la talla, así que lo reuní con sus hermanos en la nevera.

De vuelta para casa
El poco movimiento de peces y el cansancio ya hacían mella y tampoco quería volver muy tarde a casa, así que recogí todo y me puse en marcha hacia el coche. La noche no había sido tan buena como la anterior, pero no me podía quejar, traía varios sargos para casa y este año, a diferencia de otros, casi todas las noches hemos vuelto contentos para casa.
El camino era largo y aburrido, sobre todo cuando vas sin acompañante, pero llegué a casa, pasé por el bombo de la ropa sucia y dejé allí todo lo necesario para agarrar la cama con fuerza y coger fuerzas para lo peor de la pesca, que viene siendo limpiar el pescado, como siempre.