¡Nunca tal vin! (15-06-2024)

Aunque el blog está en castellano, merecía la pena utilizar esta frase tan gallega para expresar algo que ni nosotros mismos podíamos creernos. Nunca tal cosa vimos en una de nuestras salidas de pesca. Por fin encontramos sargos y fue en el sitio en el que menos nos lo esperábamos.

¿Salimos o no salimos?

Después de un año aproximadamente, el Capitán Agulla ya no podía aguantar más las ganas de ir de pesca y propuso ir ese sábado. A pesar de estar con ciática, eso no impediría una jornada de pesca. Como no podía ser de otra forma, yo no me negué, sino todo lo contrario, procuré que la salida fuese posible y organizarnos lo antes posible.

Al cabo de un rato, como quien dice, el Capitán Agulla volvió a hablarme por WhatsApp para decirme que ya tenía la licencia renovada, las cañas brillantes y los carretes engrasados. No se puso a afilar anzuelos porque los tengo yo en la caja, pero poco le faltó…

Después de mirar el tiempo, agua, viento, mareas y demás, finalmente decidimos ir el sábado de pesca para echar allí toda la tarde y parte de la noche. Esa era nuestra intención.

Eligiendo sitio

Tras juntarnos en Vian y meter todo el material en el coche, salimos zumbando hacia la costa. Entre las distintas opciones que tenemos, el capitán Agulla propuso ir al «portiño» de Morás, donde ya habíamos estado alguna vez, así que allá que fuimos a ver qué tal estaba la cosa y a probar. Antes hicimos una parada en Burela, para coger una caja de coreanas, que nunca está de más llevar algunas, por si les da por atacar a las maragotas.

Cuando llegamos a Morás, la verdad es que no nos gustó mucho la situación. Sabíamos que iba a soplar un poco de aire, pero no sabíamos desde donde nos iba a pegar. Al llegar, estuvimos inspeccionando la zona y además había gente en la parte donde queríamos ponernos. Decidimos movernos a otra parte de aquella zona, pero al llegar a una especie de espigón que hay allí, también había un par de pescadores en la punta a los que les pegaba muchísimo el aire de espaldas. No había nada para resguardarse un poco y eso se acaba haciendo insoportable. Tras la respuesta negativa al hacer la pregunta de rigor entre pescadores: ¿e pican algo?, decidimos marcharnos de allí porque no tenía buena pinta la cosa.

Estuvimos mirando en el mapa y sabiendo que el viento venía del sur y suroeste, vimos en el GPS que en el faro de San Ciprián, era posible que estuviésemos resguardados del viento, porque es un acantilado y en la parte baja podíamos tener suerte y que el viento no soplase tanto. Así que visto eso, arrancamos y nos fuimos al faro.

El faro, zona conocida

Llegamos al faro y el viento seguía soplando donde aparcamos, cogimos los bártulos y nos fuimos cara abajo, hacia el acantilado donde nos ponemos siempre. Conforme bajábamos notábamos que el viento amainaba. Tanto fue así que al llegar a nuestro sitio… ¡Sorpresa! ¡No soplaba el aire! Todo el acantilado nos refugiaba del viento y allí se estaba en la gloria.

Eran las 7 y pico de la tarde, estaba nublado, la luna en cuarto creciente, la marea subiendo, el día empezaba a irse oscureciendo poquito a poco y encima, el mar estaba movido. Mucha espuma blanca delante de nosotros, aunque de vez en cuando venían un par de olas grandes seguidas que rompían de mala manera contra las piedras. En definitiva, todas las variables que se suelen tener en cuenta, eran perfectas para la pesca del sargo. Así que la moral la teníamos por las nubes.

Esta vez estuvimos pescando desde la piedra más alta, porque no nos fiábamos de que alguna ola nos refrescase en la zona donde me suelo poner yo siempre. De hecho, al cabo de un rato, una de esas olas grandes, chocó contra las piedras, salió el agua despedida hacia arriba y toda esa parte que decía, quedó empapada. De hecho, me llegó el fresquito al cogote. Si me hubiera puesto ahí, ya había pescado la mojada del día y pasar la tarde mojado… no es nada agradable.

Aunque las condiciones eran buenas, no tuvimos ninguna picada clara y había que trabajar mucho la boya, ahora «palante», ahora «patrás» y así continuamente para evitar los enredos o enganchar con las rocas de debajo. Esta vez no llevábamos las cañas de 7 metros, así que la tarea era más complicada. Así y todo, tuvimos un par de enredos entre los dos capitanes y tuvimos que pasar un buen rato: esto por aquí, sedal por allá, ¡mierda!, ¡agarra esto!, mete la sardina por aquí, ahora dale 3 vueltas por el otro lado. ¡Es toda una ciencia! Y a veces desesperante… Pero oye, no se me da tan mal.

La noche se nos iba echando encima. Mejor aún, mejor momento para que hubiese picadas, pero no hubo manera. Al final, yo tuve la suerte de enganchar un sargo que venía clavado por la parte de fuera del labio. ¿Cómo se enganchó por ahí? Yo tampoco lo sé. Suerte, le llaman. No era demasiado grande, pero valía perfectamente para llevarlo a la sartén:

Se hacía de noche, las boyas ya casi era imposible verlas en el agua y la marea subía, así que antes de que aquello se volviese peligroso decidimos irnos, con un pobre resultado. Aunque todo pintaba muy bien, el mar no se portó bien con nosotros.

Siguiente parada: Burela

La marea iba a seguir subiendo hasta las 12 de la noche, así que no íbamos a abandonar tan pronto la jornada de pesca. ¿Dónde vamos? Al algún puerto. Así que pusimos rumbo a Burela, que seguramente sea el más cómodo en cuanto a distancia de casa y sitio para pescar.

No había demasiada gente, así que mejor para nosotros, más sitio para Los Calaboca. Nos fuimos a la punta del espigón, el cual está dividido a todo lo largo por un muro de hormigón. A un lado hay piedras haciendo una bajada hacia el agua y al otro, lo que es la pared del puerto. Casi todo el mundo estaba en la parte de las piedras (de momento), pero el aire pegaba allí de cara, así que nos pusimos del lado contrario y el aire nos entraba por la espalda. Con las sillas y demás, se estaba más o menos bien. Desplegamos allí todo el arsenal y nos pusimos a pescar.

Encontramos a los sargos perdidos

La cosa fue más o menos rápida, había actividad con la boya y picadas, pero yo dejé una caña lanzada a fondo como hago siempre. El caso es que saqué una caballa a boya, pero al momento, la caña de fondo enganchó algo. Resultó ser un sargo, de una talla muy decente. Volví a lanzar a fondo y me puse con la boya, pero la caña de fondo dio un tirón grande y se levantó de la parte de atrás. Yo estaba cerca y la agarré y ¿qué había? ¡De nuevo un sargo! Como mola cuando vas recogiendo y ves que el lomo le brilla con la luz de la linterna. Durante este tiempo el Capitán Agulla había sacado dos bogas con la boya, pero visto lo visto, decidió montar la caña de fondo.

Tras los dos sargos, al mirar a mi derecha, de repente la gente que estaba en las piedras, se había pasado al lado contrario. ¡Los Calaboca de nuevo haciéndose los reyes del puerto! Nos encontramos allí con el padre de un compañero de pesca que a veces también viene con nosotros. Casi se puede decir que vive en el puerto jeje y apenas va a casa para dormir y poco más. También sacó algún sargo. Nosotros llevábamos sardina y él los pillaba con langostino.

El capitán Agulla y yo sacamos algún sargo más hasta que llegó el momento de la batalla por el sargo más grande. El Padre de este compañero sacó un bicho bastante grande y lo celebró como es lógico, pero al momento, yo saqué otro sargo aún más grande. ¡Había que pelear la batalla! Y de buenas a primera, se escuchó, ¡¡la sacadera!! Era el Capitán Agulla, que traía el sargo más grande de todos. Se hizo esperar, pero fue el campeón de la noche. ¡Vaya bicharraco!

Estábamos los dos muy emocionados. La gente del puerto venía a preguntar, a ver qué les poníamos de cebo, cómo teníamos montado. Eso que nos gusta tanto, es decir, pegarle una paliza a todos los de alrededor. Pero tuvimos un pequeño problema y con el revuelo de este sargo enorme, se oyó una voz gritar: ¡La silla! ¡La silla! Resulta que había venido una racha de viento y la silla del Capitán Agulla se había arrastrado por el suelo hasta que cayó al agua. Hubo un revuelo alrededor y ni siquiera con una sacadera bastante larga, conseguimos atrapar la silla que se fue hundiendo en el agua poco a poco sin que pudiésemos hacer nada.

Por desgracia, fue el precio que pagamos por ese bonito sargo de la foto. ¡Pero mereció la pena! No sabemos si volveremos a ver algún sargo de ese tamaño en nuestros anzuelos. Lo que seguro que no volvemos a ver es a la silla. A lo mejor, algún día, alguien pesca una silla de decathlon…

Entre sargo y sargo, cogimos algún congrio de esos pequeños que tanta rabia nos dan, porque ni sirve para llevarlo para comer, ni podemos quitarle el anzuelo para seguir pescando, porque hay que cortar el sedal y volver a echarlo al agua. Cualquiera es el guapo que le arrima la mano a la boca a un congrio…

También nos desapareció una aguja, que no conseguimos encontrar y una bobina de licra salió rodando por culpa del viento, y aunque me lancé a por ella al suelo, terminó cayendo al agua. Fue más rápida que yo… Aliexpress, ¡¡allá vamos por otra!!

Una invitada inesperada

Y para terminar de alegrarnos la noche, fui a sacar la caña de fondo porque había tenido alguna picada, por si tenía que cambiar ya el cebo. Resulta que pesaba bastante, pero no tiraban nada de ella. Seguí trayéndolo poco a poco, pero solo notaba mucho peso. Así que le dije al Capitán Agulla si quería algo de ensalada, porque debía traer algas. La sorpresa fue que cuando esas «algas» se aproximaron a la orilla, y disparaban agua, como si fuesen una pistola de agua. Que algas más raras…

Lo que venía clavado en el anzuelo esa una sepia bastante grande, que se había comido la sardina y no se había podido soltar. Pequé de novato, porque nunca había pescado una sepia, y en vez de esperar por una sacadera, la subí a pulso con la caña. Venía muy bien clavada porque no se cayó. Hubo suerte y pude rescatarla. ¡Un ejemplar más para la nevera!

Una noche redonda

Después de años buscando buenos sargos, en los acantilados, rocas, etc. Después de leer muchísimo, equiparnos con material decente y ver muchos videos sobre sargos, toda esa teoría no nos sirvió de nada. Al final resultó que un día cualquiera de junio, ya sea por casualidad o porque ese día estaban comedores, fuimos a encontrar esos sargos que tanto ansiábamos en un puerto donde hemos ido a pescar muchas veces, donde a fondo hemos encontrado de todo menos sargos y ese día, nos topamos con un agujero donde estaban todos ellos escondidos y los fuimos sacando uno a uno.

Volvimos para casa con 10 buenas piezas de sargos, dos de ellos pasaban del kilo y otros lo rondaban, una caballa (que posiblemente hubieran sido más nos hubiésemos dedicado a ellas) y una sepia de buen tamaño que me puso la cocina perdida de tinta al limpiarla a la mañana siguiente. ¡Por fin encontramos al sargo perdido de verdad! Y de propina, encontramos también a sus hermanos, primos y demás familia. Seguro que ahora se entiende mejor esa expresión de «¡nunca tal vin!»

Después del reparto de pescados, nos fuimos a la cama con ese olorcillo tan característico a sardina entre las uñas, donde por mucho que cepilles, siempre queda ese tufillo que tarda unos días en irse del todo. Y como no, con una de las mejores sensaciones que se puede tener, que es, felicidad por lo que has conseguido y muchísimas ganas de volver a ir de pesca.

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