
Ha pasado más de un mes desde mi última salida de pesca, y hablo por mí, porque el Capitán Agulla llevaba bastante más tiempo sin poder escaparse. Por fin encontramos un día «libre» en el que pudimos coincidir y que además el tiempo estaba un poco de cara. Este sábado por la noche, no amenazaba agua y apenas daba aire.
Durante la semana el tiempo fue cambiando y cada vez el agua se acercaba más al sábado noche. Tanto, que al final hubo que ir cargados con el traje de aguas porque parecía que al final caerían unas gotas mientras estuviésemos allí. Pero lo importante es que haría poco aire y eso siempre nos permite pescar más cómodos.
Cebo
Cerca de una hora y media me pegué despegando mejillones de su concha y luego licrando, porque íbamos a ser dos y nos podíamos quedar cortos. Tenía sardina en el congelador, así que era suficiente para ir de pesca. Cuando terminé tenía los dedos arrugados como cuando te pegas media hora en la ducha metido. Me dieron las 7 y media de la tarde hasta que hablé con el Capitán Agulla para coger el coche y quedar a medio camino, para irnos en su coche.
Camino a Burela
El Capitán Agulla dijo de ir a Burela. La aplicación del tiempo marcaba un par de grados más que en Viveiro y menos aire, así que en teoría teníamos mejor tiempo allí que en Viveiro. Lo lógico era ir allí, que además tenemos el muro de hormigón del puerto que nos puede proteger un poco del aire.
Cuando llegamos, nos encontramos con Servando, el padre de Carlos, que es otro compañero de batallas. Estaba allí con Roberto, un amigo del cole de la Grumete Machacona (que, por cierto, se había quedado con ganas de venir de pesca), así que nos estuvieron contando como había ido la tarde. La cosa pintaba mal, estaba todo muy parado y poco o nada habían pescado. Ellos ya se marchaban y nosotros llegábamos, éramos el cambio de turno.
¡Que comience la pesca!
Montamos nuestras cañas, preparamos los cebos y al agua, a esperar a ver qué pasaba. Esta vez no teníamos intención de probar la boya, sino más bien de encontrar el agujero de los sargos.
Hubo algún toque sutil en las cañas, pero nada del otro mundo, hasta que al cabo de unos 10 minutos o así, el Capitán Agulla tuvo una buena picada, pero por el tipo de picada ya sabíamos lo que nos íbamos a encontrar… Y así fue, nuestro querido congrio hizo su aparición. El Capitán Agulla no podía disimular su felicidad por pillar un congrio y su sonrisa llegaba de oreja a oreja (¡¡Sarcasmo!!). Sobre todo cuando lo maldecía y se cagaba en todo para sacarle el anzuelo.
Mi teléfono sonó, y era la Grumete Machacona, que llamaba para saber si ya habíamos llegado y si habíamos pescado algo. Le conté que El Capitán Agulla estaba dando saltos de alegría por su congrio, y ella inocentemente me creyó, hasta que le dije que era broma y que su padrino le había arreado una sutil patada de 10 metros al congrio para devolverlo al agua.
Pasó más de una hora en la que solo había algún pequeño toque en las cañas, pero poco más. El tiempo pasaba, el cambio de marea ya se había hecho y empezaba a subir. En teoría, la cosa debía mejorar. Lanzamos a un lado del muelle, al otro, hacia el frente, pero nada…
Nueva especie desbloqueada
En uno de los lances con sardina, le dieron un toque a mi caña y me quedé mirando la puntera. Se quedó quieta, pero al cabo de un momento, empezó a moverse como si tirasen de ella despacito. Dieron unos 3 tirones despacio, que es lo que suele hacer el congrio cuando ya se ha zampado la comida. Así que maldiciéndolo, supuse que era un congrio. Tiré y enganché. Efectivamente había pescado algo.
Empecé a traerlo poco a poco, pero no tiraba nada como suele hacer el congrio al principio, sino que más bien pesaba un poco. Seguí trayéndolo hasta que asomó a la superficie, yo seguía pensando que era un congrio hasta que ya se acercó más y ¡sorpresa! Era un pulpo. No era muy grande, pero era un pulpo. Lo acerqué lo que pude sin que tocase el muro, agaché la caña y lo subí.

Nunca había pescado un pulpo, así que otra especie más que puedo añadir a mi lista de capturas. Ahora tocaba la peor parte. Había que matarlo para poder meterlo en la nevera. En teoría, para que se muera habría que darle la vuelta a la cabeza (que no es lo mismo que ponerlo bocabajo…) pero a ver quién era el guapo que le echaba mano a aquello. Así que el Capitán Agulla, optó por intentar cortarle con la navaja entre medio de los ojos y la cabeza. Allí estuvo probando suerte un rato, hasta que alguna de las patas se le puso blanca y ya empezó a quedarse más quieto. Yo traté de rematarlo al final y ya tenía cortada toda la parte del medio de los ojos. Aún se movía un poco, pero lo metí ya en la nevera.
Noche poco productiva
Seguían pasando las horas y las picadas eran muy contadas. En una de ellas, el Capitán Agulla pescó un abadejo medianito, pero lo suficiente como para poder pasarlo por la sartén. Entre tanto, ya no sabíamos como aposturarnos para pasar el tiempo. Ahora yo ponía la silla para un sitio, el Capitán Agulla para otro, luego él la giraba y yo me ponía contra la pared.

Ni siquiera el truco del bocadillo nos sirvió esta noche para que los peces se animasen. No había manera. De hecho, no quedaba nadie en todo el puerto más que nosotros. No había ni gente al calamar y mira que siempre hay alguno pro ahí.
En alguna de las pruebas con sardina, me salieron un par de congrios, los cuales fueron anestesiados, pasaron por el dentista y finalmente fueron pateados nuevamente para el agua. Pero nada interesante.
La picada fantasma
Una de las pocas veces que nuestras sillas coincidieron cerca y estábamos sentados uno al lado del otro, tuve un par de toques en la caña. La cogí con las manos para sentir mejor las picadas y tratar de tirar cuando volviesen a tocar. Dieron un par de toques más y cuando ya estaba preparado y en tensión para pegar un tirón en el siguiente toque, el Capitán Agulla me hizo una gran putada… Me movió la caña por detrás de mí y ¡¡¡tras!!! Pegué un tirón grande para arriba como si no hubiera un mañana.
Empezó a descojonarse detrás de mí, porque me había engañado y yo había caído en su trampa. Se me quedó cara de tonto, porque pegué un tirón enorme pensando que era un pescado y resulta ¡¡que había sido él con la mano!! Sus risas se escuchaban por todo el puerto y tardó en recuperarse. Al día siguiente me confesó que le había dolido hasta el pecho de las risotadas. ¡¡Será mamón!!
Yo también me reí, porque al final vamos a pasarlo bien y hacernos alguna putada de vez en cuando, porque tiene su gracia. Ya se la devolveré, ya…
Frustración
La noche seguía y las picadas eran muy escasas. Pasaba el tiempo y aunque llegó la pleamar, la situación no cambiaba. Se nota que el invierno se acerca y que los peces se mueven mucho menos. Por mucho que gritábamos: ¡¡Morralla!! Los peces no se daban por aludidos
Al final, en uno de los tirones, parecía que algo se había enganchado y en efecto, al sacar la caña, venía un pececillo pequeño que tuvo la mala suerte de que se le clavó el anzuelo por la barriga. ¿Cómo íbamos a pescar, con esas picadas, si lo que comía tenía una boca que es la mitad de la anchura del anzuelo? Aquí un ejemplo de lo que estuvo dando la lata y toquecitos toda la noche:

Ni siquiera sobresale de la palma de la mano, y tienen una miniboquita. Así cómo íbamos a pescar nada… Lo eché de nuevo al agua y este sobreviviría.
Para casa
Después de tantas horas y tan poco entretenimiento, a eso de las 5 y pico de la mañana, decidimos recoger e irnos para casa. Todo estaba muy parado. Nadie en el puerto, ni siquiera en la parte de enfrente. De hecho, solo pasó un barco en toda la noche, cuando lo típico es que pasen los barquitos pequeños por el canal de vez en cuando. Pues ni eso.
De camino a casa, encima nos pusieron un semáforo temporal de eso que cortan el carril por obras y te tiene un rato esperando:

Allí estuvimos dos minutos, sin coches ni nada, esperando para poder seguir de camino a casa mirando para el aire como tontos. Pudimos continuar y tras pasar toda la niebla típica d la autovía, cada uno cogió su coche y nos fuimos para casa. A dormir y a pensar en cuándo será la siguiente salida de pesca.