Segunda escapada de pesca del año (07-10-2023)

Cabo Burela

Después de un verano bastante complicado por hospitalizaciones, la fractura de un pie, el mal tiempo y no sé cuantas cosas más. Si a todo eso, le sumas muuuchos niños, el resultado es que el tiempo disponible para hacer una escapada de pesca está muy próximo al cero. Y no hablo solo de mí, hablo de todos «Los Calaboca» en general. Menos uno (el Capitán 5G), que ese tiene todo el tiempo libre del mundo, pero ya se le acabará el chollo algún día.

Buscando un hueco para la pesca

Hace tres o cuatro tardes, mientras peleábamos para colocar el techo del coche y bajo la atenta mirada de la «CapitAna», con cara de: «a ver, a ver qué estáis hablando vosotros… que ha sonado la palabra pesca por ahí…», los capitanes Caballa y Agulla conseguimos concretar un día de pesca.

Esa misma noche, el cuerpo ya empezó a ponerse nervioso y los teléfonos empezaron a revisar mareas, el tiempo, temperatura, el viento… ¡Hasta la altura de las olas y el número de olas por minutos! No nos sirve de mucho, pero oye, nos lo pide el cuerpo.

Que no se diga

El viernes por la tarde, antes de terminar con el techo del coche, me escaqueé a la tienda de congelados en busca de sardina, nuestro cebo por excelencia para la pesca. Como la ambición por el sargo nos mueve, cogí también un puñado de gambas y unos trozos de chipirón, para probar distintos cebos.

Al día siguiente, fui al supermercado a por algo de agua, pan y demás para hacer unos bocadillos y al pasar por la pescadería me topé con unas sardinas frescas. Parecía que gritaban «¡llévanos contigo!!». No gritaban, ya lo sé, pero cogí medio kilito igualmente para usar sardina fresca en vez de congelada. Por cebo no iba a ser esta vez.

De camino a las piedras

Entre que este año no hemos podido ir de pesca y que las últimas veces íbamos a los puertos, había ganas de volver a los pedreros. No sé el Capitán Agulla, pero yo tenía mono de piedras, a ver si salía algún sarguito pegado a ellas, o maragotas para hacer una fritanga. Así que después de almorzar salimos camino de Burela, a una zona donde ya habíamos ido alguna vez y es cómoda de acceder. Aún estoy recuperando de la rotura que tuve en un pie, así que no de momento tengo un poco de miedito a forzarlo hasta que pasen unas semanas más.

Después de parar en Burela por una caja de miñocas (que nunca se sabe si nos van a hacer falta), nos fuimos a las piedras y empezamos a pescar. El mar tenía buena pinta, golpeaba bien en las piedras, hacía espuma y el agua estaba lechosa por zonas. ¡Lo ideal vamos! De hecho, nos coincidió 2 o 3 horas con la marea empezando a subir. Así estaba el agua:

¡No se podía pedir más! Bueno, sí… que algún pez diera la cara… pero no fue así… No hubo ni una triste picada, y eso que empezaba a irse la luz, que se supone que es buena hora para que coman algo. Ni sardina, ni gamba, ni miñoca… Lo único bueno es que no tuvimos ningún enganchón trabajando bien las boyas por entre las piedras. Quizás el Capitán 5G lo hubiera pasado genial, perdiendo boyas y anzuelos pescando peces piedra.

Pasamos el rato, con alguna minicarrerita piedra «parriba» y piedra «pabajo» del Capitán Agulla, para evitar llevarse uno de esos salpicones que te dejan muy fresquito, hasta que ya casi era difícil distinguir las boyas en el agua y decidimos cambiar de sitio.

Creo que no volveremos a ir a este pedrero, porque tanto este día como en otras ocasiones, la verdad es que no ha habido gran cosa. No se ve tampoco mucha comida pegada en las piedras, aparte de algas, así que es señal de que el pescado no tiene mucho que comer allí.

Nos vamos para Viveiro

Anochecía y seguíamos con ganas de pesca, así que decidimos ir a Viveiro, concretamente al mirador de Covas, o como yo prefiero llamarle, «el kilómetro infernal» donde siempre cae alguna cosita. La verdad es que este sitio siempre nos regala alguna captura.

¿Por qué el «kilómetro infernal»? Pues porque hay que andar cerca de un kilómetro por todo el paseo, hasta llegar a la punta. No es mucho camino si vas de paseo, pero si vas cargado con cañas, caja, sillas, nevera (que hubo que vaciar un poco porque pesaba un huevo…), mochilas, etc. la verdad es que el caminito se las trae.

Nada más llegar, el Capitán Agulla insultó a un coche porque nos había quitado el sitio donde lo ponemos siempre. Así que tuvimos que aparcar justo delante de él… lo cual hacía que nuestra caminata fuese 2 o 3 metros más larga de lo normal. ¡Qué problemón!. No sabíamos si nuestros pies aguantarían…

Una vez fuera del coche, yo empecé a sacar algunas cosas y él llamó a CapitAna por teléfono. Se giró y empezó a andar hacia un árbol que estaba a oscuras, con claras intenciones de cambiarle el agua al canario. Justo cuando se pegó al árbol, de repente aparece un coche de policía por esa misma calle con sus luces azules, alumbrándolo todo. ¡Oeo! ¡Oeo!, grité. Y el Capitán Agulla que también los había visto, se dio media vuelta y empezó a andar hacia el coche, de una forma un tanto peculiar:

Con una mano agarraba el teléfono en la oreja y con la otra mano, trataba de subirse la cremallera rápidamente, para disimular, a la vez que andaba hacia el coche. Pero claro, esa rapidez, hacía que no atinase a agarrar y subir la cremallera, con lo cual el movimiento de piernas cambiaba, como si le hubiesen metido un hielo por dentro del pantalón. Al final, la patrulla pasó y no nos dijeron nada, pero estuvimos cerca de una multita.

Por fin, cargamos los bártulos y nos pusimos a caminar, hasta la punta del mirador. A lo lejos veíamos luces. ¡Oh mierda, hay gente en el sitio! Y así fue, cuando llegamos había 2 marroquíes que tenían casi toda la punta ocupada, superando la ilegalidad. Tenían 3 cañas cada uno, echadas a fondo, cuando solo es posible utilizar dos por persona. Obviamente, no nos íbamos a meter en eso, pero bueno, no está bonito… ¿Serían los dueños de aquel coche que nos quitó el sitio?.

Y aparecieron los peces

Nos colocamos donde pudimos y echamos nuestras cañas. Aquello con tanto cascabel, en vez de un pesquero, parecía un parque infantil de niños con juguetitos. Cada vez que sonaba uno provocaba nuestras miradas furtivas. La cosa comenzó muy bien, mi caña no paraba de menearse y salieron dos sargos. No eran grandes, pero fueron directos a la nevera. Se empezó a levantar aire del sur, que nos daba desde atrás, pero al Capitán Agulla se le congelaban las orejas, así que cogió uno de los dos trapos (recortes de camiseta) e improvisó un burka, que ni los dos marroquíes habrían sido capaces de ponerlo mejor:

Mientras el Capitán Agulla peleaba con su boya y calentaba sus orejas, yo saqué otros dos peces que en aquel momento no sabíamos lo que eran, pero tenían buen aspecto y color, así que… «pa» la nevera.

Entre medias, tanto el Capitán Agulla como yo, sacamos algunos congrios (4 o 5) de estos pequeños que no merecen la pena. Solo sirven para quedarse con el anzuelo de recuerdo y mandarlos al agua de nuevo de una patada. Hubo otra captura de las raras, porque no sabes nunca cómo ocurren. Un minipez que venía con el anzuelo clavado por la barriga. ¿Cómo es posible pescarlo así? Pues no lo sé, pero aquí está:

Si comparamos el pececillo con el tamaño de mi uña y sus típicos restos de sardina por debajo (para darle gustillo a los bocadillos… ¡¡uhhmmm!!) se puede observar el tamaño de este pedazo de pez.

Al cabo de un rato, el Capitán Agulla, que parecía que se iba de vacío, también cogió un sargo a fondo y al final enganchó una caballa a boya, así que los dos nos fuimos relativamente contentos. Ha habido días peores, así que no hay queja. Recogimos todas nuestras cosas y después de recorrernos de nuevo el «kilómetro infernal», nos metimos en el coche y para casa.

Recuento final de la pesca

Al llegar a casa hice recuento y fueron 3 sargos. Los otros dos peces, no sabía lo que eran, pero gracias a la ayuda de Google Lens, vi que se trataban de besugos. Nunca antes había pillado un besugo, pero ahora ya sabemos donde los hay. Aquí tenemos la foto del besugo más grandote:

Y el resto de peces:

Desde luego, esta punta de Viveiro es prácticamente un seguro de pesca. Quizás sea el sitio donde más variedad de peces hemos sacado y eso es bueno, porque quiere decir que según la época de cada uno, hay posibilidad de hacernos con algunos.

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