
Había ganas de pesca y la punta de Viveiro de otras veces anteriores me gusta mucho. Esta vez no conseguí compañero de pesca. El Capitán Agulla no podía venir y otro compañero de aventuras que tenemos tampoco, así que decidí ir solo a Viveiro.
Esta vez llevaba sardina como siempre, pero mi intención era utilizar el mejillón como cebo principal, porque me dio buenos resultados en la jornada anterior en la zona de la playa. Estaba en Vian como casi todos los sábados y había comprado sobre medio kilo de mejillón fresco que iba a preparar antes de irme.
Preparando el cebo
Tenía pensado ir por la tarde de pesca y pasar buena parte de la noche en el pesquero, así que durante la mañana me puse a preparar los mejillones porque dan bastante trabajo. Al comprarlo fresco, hay que sacar el mejillón de la cáscara con cuidado para que no se haga pedazos y para tener el mínimo trabajo posible durante la pesca quería llevarlo ya licrado de casa.
Así que pasé al menos una hora, sacando los mejillones primero y después, licra en mano, atravesando el mejillón con la aguja de pesca y licrando hasta que estuviese bien amarradito. Esta preparación se hace cómodamente en casa y después cuando estás pescando, lo único que hay que hacer es clavar en la aguja el mejillón y pasarlo al anzuelo como si se tratase de cualquier lombriz. El procedimiento es el mismo y el gran beneficio es que no pierdes tiempo ninguno y apenas manchas las manos. Esto y un trapito se agradece, para no estar toda la noche con la mano apestando al cebo.
Sorpresa en el camino
Cuando iba ya camino de Viveiro, ya estaba cayendo el sol y de repente a mitad de camino me topé con un coche que me pareció conocido y que circulaba relativamente despacio. Eso me hizo sospechar. Tan conocido me era que llamé a Carlos y le pregunté si el coche de su padre tenía la matrícula de aquel coche y me dijo que sí, que de hecho, iba camino de Viveiro de pesca. Y tanto que iba, porque lo llevaba delante de mí en la carretera.
Ahora que había confirmado que era él, tenía que adelantarlo y darme a conocer. Por fin, en una recta sin coches de frente, pude adelantarlo y pegarle un par de pitadas al pasar. Lo saludé con la mano, pero no me reconoció. Más tarde le pedí su teléfono a Carlos para llamarlo y decirle quién había sido el que le había pitado en el camino.
Cuando lo llamé y se lo expliqué ya me conoció y me dijo que ya se había calentado todo cuando le pegué la pasada con el coche y pitándole, porque claro, no me había reconocido.
Caminito al pesquero
Aunque iba solo, iba con ganas de pesca. De eso siempre hay. Normalmente, va uno más cómodo si tiene alguien con quien charlar que si va solo, pero lo importante es pescar, así que toda mi atención estaría en las cañas.
Cogí todo el material y puse rumbo a la punta a la que solemos ir siempre, es decir, me tuve que andar el caminito infernal. Esta vez había poca gente paseando (cosa rara) y al llegar a la punta, no había nadie, así que podía ubicarme en las barandillas que dan hacia la parte de la playa para apoyar allí las cañas. Era bastante raro que no hubiese nadie y menos un sábado por la tarde-noche porque cuando llegué a la punta ya había anochecido.

Lo ideal hubiera sido llegar justo en la caída del sol, pero tampoco había pasado mucho tiempo, así que no era mala hora para ponerse a pescar.
Buenas noticias desde el principio
Nada más lanzar la cañas y dejarlas bien preparadas a fondo, empezaron a sonar los cascabeles. Había movimiento de pescado. Eso siempre es bueno, porque ya te tiene con la tensión del «a ver qué pasa». Pasó un rato con varios toques, el mejillón empezaba a trabajar como quería y por fin, algo agarró en una de ellas. Era un besugo. No era muy grande pero suficiente para poder llevarlo para casa.
La noche siguió bien
De repente hubo una oleada de picadas continuas y varias capturas seguidas. Algunas de ellas de buen tamaño. Al principio pensaba que también eran besugos, porque tenían un color rosado y se parecía al besugo, pero la forma no era la misma. Al llegar a casa pude comprobar que se trataban de brecas y estaban en torno al medio kilo, así que eran piezas muy decentes. Ya estaba contento.

No había rastro de los congrios, no les debe gustar tanto el mejillón como la sardina, así que por mí mejor, porque los congrios no dan más que trabajo, para desclavar y seguramente romper sedal, tener que volver a montar anzuelos, etc.
Seguía habiendo buenas picadas, toda la noche hubo mucho movimiento y lo pasé genial porque estuve entretenido todo el tiempo. La facilidad para cambiar el cebo no me hacía perder tiempo ninguno. Y lo mejor estaba por llegar. Salió otro besugo más y de repente entró el sargo a comer.
Hubo picadas de sargos que comían bien y podía traerlos a tierra. Casi todos pasaban del medio kilo y daban batalla para salir del agua, pero por suerte no perdí ninguno.

Conseguí 5 sargos y lo pasé como un enano. Si el Capitán Agulla hubiera podido venir, podíamos haber traído una buena pescata de vuelta. Esa noche la felicidad de haberlo hecho bien me invadía. La tensión de que en cualquier momento otra caña podía empezar a temblar estaba presente todo el rato
De vuelta para casa
Como cualquier día de pesca, llega un momento en el que hay que volver a casa. Esa noche me costó más trabajo porque cuando el pescado come bien no sabes lo que va a pasar en cualquier momento y es más difícil tomar la decisión de irse, pero se hacía tarde y había que marchar, si no, al día siguiente no eres persona al acostarte a esas horas.
Recogí mis cosas, con una sonrisa en la boca, y empecé el camino de vuelta. Esta vez, la alegría hace que las cosas no pesen tanto, así que el caminito no se me hizo largo pensando en el qué dirán en casa cuando me presente con este pescado en la nevera.
Pasé la noche solo, pero aunque no tenía con quién charlar, estuve bien acompañado por los cascabeles y por los peces que cayeron en la trampa del mejillón.
Recuento final
Al llegar a casa, metí el pescado en la nevera, pero no sin antes echarle unas fotos a las capturas para que quedase constancia.


Esa noche, mis manos no olían a sardina, solo a mejillón, pero con un buen lavado de manos, el olor se disimula mucho mejor que el de sardina machacada entre las uñas. Hay que repetir más salidas como esta, pero este año me puedo dar con un canto en los dientes con los días de pesca que llevo.