
Maldita teoría
La noche prometía, pero no porque llegásemos a un sitio y al momento los peces empezasen a tirarse a nuestro cubo de cabeza como burros, sino por la teoría. La teoría de las mareas, la teoría de la actividad de los peces por la situación de la luna y todo eso, invitaba a pensar que iba a ser una buena noche de pesca. Pero me temo que es eso, solo teoría, porque la noche fue un poco… triste. Se ve que el que hace la página de las mareas en Internet, lo hace para burlarse de nosotros.
Nos quedamos con Foz
Teníamos dudas sobre donde ir a pescar. Yo había pensado en ir a Foz, porque nos pillaba más cerca desde el piso alquilado de la abuela del Capitán Agulla, pero él traía otra idea distinta. Más bien la de ir hasta Burela. Al final nos decidimos por ir a la punta del espigón de Foz a probar, a ver qué tal iba la cosa. Así que, una vez que nos comimos las dos hamburguesas por cabeza que habíamos preparado de cena (sí sí, ¡el Capitán Agulla ayudó con la cena!), cogimos los abrigos, las coreanas y las sardinas y nos fuimos.
Esta vez fuimos algo más listos que en otras ocasiones y en vez de llevar todo el material e ir cargados hasta los dientes, cogimos lo imprescindible y empezamos a andar hacia el espigón. Nos cruzamos a la típica parejita dándose el lote a oscuras (¡solo besitos, eh!), pasamos por el lado de trampas mortales (baldosas falsas que faltaban en el asfalto como para pegarte una buena torta con tan poco luz), hasta finalmente poder llegar al faro. En realidad, no sé por qué le llamo faro, porque aquello no es más que un tubo de hierro clavado con un salvavidas en lo alto y una luz roja que parpadea. De faro tiene poco.
Allí no había nadie, estábamos solos, así que montamos las cañas, nos pusimos nuestras linternas en la cabeza y lanzamos a fondo con coreana a ver si algún pez se asomaba. Como se puede ver, por muy equipados que vayamos, la cara de “empanao” que tenemos, nos viene de fábrica. Aquí podemos ver un ejemplar, mientras espera a su presa:
Cascabeles con alas
El Capitán Agulla unos días antes había comprado unos cascabeles con luz que vinieron de China y los probamos. La mayoría de ellos quedaron allí, pero no porque nos los olvidásemos, sino porque parece ser que tenían alas:
Primer vuelo
En la imagen no se aprecian las alas, pero juraría que las tenían. El agarre que traían los cascabeles no daba mucha seguridad, así que lancé sin cascabel y después lo puse en el puntero de la caña. La segunda vez que lancé, lo hice con el cascabel puesto (fruto de mi mala memoria) y ya os podéis imaginar el resultado… Cuando lancé, el plomo cayó en el agua y después el cascabel cayó en las rocas donde ya no podíamos volver a cogerlo.
Segundo vuelo
El Capitán Agulla tuvo la misma suerte, hizo un lanzamiento y como no lanzamos precisamente flojo, pues su cascabel también salió despedido y no lo volvimos a ver. El otro comentaron en las noticias que unos pasajeros de un avión habían visto por la ventanilla un objeto volador no identificado (OVNI) verde fosforito, así que probablemente se trataba del cascabel que lanzó el Capitán Agulla…
A la tercera va la vencida
Puse un nuevo cascabel en mi caña, pero al recoger el sedal, el plomo se quedó enganchado en las piedras, como tantas otras veces, y no había forma de desengancharlo por muchos tirones que le pegué a la caña. En uno de esos tirones, de repente, el cascabel salió volando por encima de la caña del Capitán Agulla, describiendo una preciosa y lenta parábola y cayó al agua. Curiosamente, aunque la luz del cascabel iba a pilas, no se apagó, sino que siguió sumergiéndose y alumbrando de color verde todo el fondo. Lo pudimos ver durante un buen rato. El agarre del cascabel de los chinos al puntero no era muy bueno, pero la impermeabilidad de la pila, comprobamos que era estupenda.
Final en Foz
Cascabeles aparte, no hubo ninguna picada durante todo el tiempo que estuvimos en el faro y la marea empezaba a subir, así que cada vez que recogíamos la caña, traíamos un montón de lechuga (que es como apodamos a los manojos de algas) enganchada al plomo. Como no llevábamos ni tomates, ni aceite, ni sal para poder aliñar la lechuga y hacer una ensalada, pues al final nos dimos por vencidos y recogimos todo y emprendimos el camino de vuelta hacia el coche. En el camino de vuelta, volvimos a superar las trampas mortales sin ningún tipo de percance y la parejita ya no estaba, pasarían a las manos, supongo.
Ahora en Burela
Nos dimos por vencidos, pero no por muertos. Así que decidimos ir a Burela, a ver qué nos encontrábamos allí, aparte de “morenos”. Los “morenos” vienen siendo la pila de «gente de color» que hay en Burela, pero como decir “negros” suena racista (lo cual no somos para nada), pues mejor los llamamos “morenos” y así podemos hablar de ellos sin que parezca algo malo.
Finalmente, llegamos al puerto de Burela y al contrario que en el espigón, allí no hacía nada de aire. Al llegar a la punta del todo, nos encontramos que había allí un Mercedes aparcado y que había 3 o 4 cañas que estaban echadas, algunas sillas, etc. Pero no había nadie, así que imaginábamos que quien fuese estaba en el coche para no pasar frío. Desde luego no daba señales de vida.
Los punteros de las cañas estaban muy quietos por la falta de aire y así era fácil sentir una picada. Estuvimos varias horas allí. El Capitán Agulla echó su caña “Telesargo” a boya, (con esa caña te puede sacar un ojo a 7 metros de distancia), y otra a fondo. Yo me decidí a echar las dos cañas a fondo.
Ten silla para esto
En Burela siempre lanzo a un escondite secreto donde sé que pasan los peces para ver si pillo alguno despistado. Debe ser una autovía o una nacional que tienen allí los pescados. Aunque tengo silla, mi asiento es el suelo. Ya sé que es triste tener una silla cómoda y fuerte para acabar sentado en el suelo, pero es lo que hay. Suelo apoyar las dos cañas en el respaldo de la silla porque no hay barandilla ni nada donde poder apoyar la caña. Hay que buscar la picardía en esto de la pesca y la cosa no me suele ir mal. El Capitán Agulla sin embargo, es más listo y sigue la lógica del ser humano, es decir, suele usar su silla, que para eso se compraron. En Burela hubo más movimiento, los peces le atizaban a la lombriz y también a la sardina, pero solo me picaron a mí. El Capitán Agulla no tuvo nada de suerte esta vez y no solo hablo de a lo que peces se refiere. Ya se verá por qué lo digo…
El misterioso Mercedes
De repente, alguien abre la puerta del Mercedes y se baja. Era un hombre que nos preguntó que qué tal la cosa, si picaban o no, a lo que respondimos que de momento no, que acabábamos de llegar. Eso era señal, de que mucha cuenta no estaba echando en sus cañas… Nosotros le respondimos que qué tal él, si había pescado algo y dijo que sí que había pescado un sargo a media tarde “así de grande” y nos abre las manos una distancia de unos 35 o 40 cm. Obviamente, nuestra primera respuesta fue: ¡Ostras! ¿Así de grande?, pero conforme fueron pasando los minutos, empezamos a pensar: “lo del sargo no se lo cree ni él…”.
Este hombre, sin acercarse siquiera a sus cañas, abre la puerta del Mercedes, se vuelve a meter y la puerta no se volvió a abrir en toda la noche. Es decir, sus cañas estuvieron allí echadas desde que llegamos hasta que nos fuimos un montón de horas, sin ni siquiera mirar a ver si tenía cebo en el anzuelo. Si recogemos sus cañas y sus cosas y las metemos en el coche, ni se entera.
¿Boga?
Pronto mi cascabel, el que compré en Lugo, y no uno de los que trajo el Capitán Agulla, empezó a sonar y pude enganchar el primer ejemplar de la jornada. Tras una breve discusión en la que no hizo falta llegar a las manos, decretamos que aquel pescado de ojos saltones era una boga. Más tarde lo corroboramos con la ayuda de nuestro amigo Google. Llenamos el cubo de agua y la echamos allí para que se diese una vueltecita, porque en el cubo es complicado irse recto. Al cabo de otro rato, volvió a sonar otro de mis cascabeles y pude pescar otra boga de nuevo que era más pequeña que la anterior. La cosa iba de bogas. Disculpad mi cara de “empanao”, pero es que era muy tarde.
La «anécdota» de la caña
Entre estas capturas, no recuerdo muy bien en qué momento, el Capitán Agulla se dispuso a hacer uno de sus lanzamientos «bestiajos». En el momento del lanzamiento yo estaba de espaldas a él y de repente se oyó un “¡Craaaasshhhh!”. Mi primer movimiento instintivo fue taparme la cabeza, porque ese ruido suele significar que el sedal se ha roto y que un plomo ha salido disparado por los aires sin una dirección concreta. Hay que cubrirse porque un plomazo de esas dimensiones duele un poquito te dé donde te dé.
Cuando me doy la vuelta, veo que esta vez la cosa no se trataba de un plomo, sino de una caña. La caña del Capitán Agulla, que le regalaron en su comunión (cuando aún vivían los dinosaurios), que tantas alegrías le ha dado y que tan amortizada tenía ya, se había partido en dos. Él seguía agarrado a su caña con las dos manos, una en el carrete y la otra en el mango inferior de la caña. Lo malo es que entre mano y mano, el mango no formaba un ángulo de 180 grados como debería… Dicen que más vale una imagen que mil palabras, así que es mejor que detallemos la situación:
El Capitán Agulla debe tener algún tipo de empatía con los mangos. Parece que su caña iba a pasar a mejor vida desde ese momento y que tendría que empezar a buscar una nueva caña favorita porque esta tenía pinta de irse al desguace. Si la jornada no estaba siendo nada buena, la verdad es que esto terminó de rematar la faena.
Durante el incidente y después de lamentarnos por lo ocurrido, al recoger una de mis cañas, noté que parecía arrastrar algo. No oponía nada de resistencia, pero daba la impresión de que el plomo no venía solo. Y así fue, cuando saqué el sedal del agua, en el anzuelo venía enganchado un minicongrio. Tan mini, que había que mirarlo dos veces para poder verlo. Se quedaba pegado al suelo que daba gusto. Esto fue la última traza de pescado que vimos esa noche.
Vuelta para casa
Como la pesca no era nada decente y las bogas no son un gran pescado para las artes culinarias, al final decidimos echar todo al agua y volvernos sin nada. Obviamente, esto causaría la típica discusión con la abuela del Capitán Agulla al día siguiente de que somos unos inútiles y que tanto que vamos a pescar y que nunca pescamos nada. Tenemos la conciencia tranquila, ya que la disputa con la abuela, es inevitable, pesquemos o no pesquemos.
Nos dieron casi las 6 de la mañana, pero el sueño empezaba a hacer mella, así que recogimos las cosas y nos fuimos para casa a dormir la mona. El tío del Mercedes seguía allí, pero creo que ese ya había estado adelantando sueño desde que llegamos. Esperemos que otro día la cosa se dé mejor.